Cuando empecé a hacer videos en el año 2009, nunca pensé que fuera a tener el reconocimiento que tengo ahora. Tampoco pensé en una inevitable consecuencia: así como algunos artistas son considerados versátiles en sus roles, otros quedan para siempre encasillados en aquella interpretación con la cual se dieron a conocer (por ejemplo, Daniel Radcliffe como Harry Potter o Macaulay Culkin en Mi Pobre Angelito). Radcliffe incluso llegó al punto de, literalmente, interpretar un cadáver que se tira peos en Swiss Army Man, como intento de mostrarle al mundo que es capaz de mucho más que hacer el papel de un mago salido de Hogwarts, de quitarse esa etiqueta de “el niñito de Harry Potter” y que lo ha hecho bastante bien hasta ahora, aún cuando mucha gente no ha tenido la oportunidad de apreciar su increíble rango actoral.

Me identifico con Daniel Radcliffe a nivel profesional y espiritual. Espiritual porque también quiero llegar a ser un cadáver que se tira peos, y profesionalmente porque ha sido difícil quitarme la imagen de “el chamo de los videos” al lanzar un corto dramático y que me tomen en serio. Esto no quiere decir que estoy avergonzado de mis orígenes y me olvidé de aquello que me dio popularidad. Quiere decir que antes de subir ese primer video en YouTube, yo era un chamo con aspiraciones. Aspiraciones de componer música, de escribir, de fotografiar, de crear. Aspiraciones las cuales empecé a desarrollar muchos años antes de YouTube, por lo que resulta medio chimbo tener a alguien cada semana tratando de convencerme que vuelva a ser “el Alejandro de antes”. Ese personaje sigue allí, latente, solo que ahora tiene otras prioridades. Cuando me di cuenta de que estaba haciendo videos por obligación o por complacer a los demás, tuve que aceptar que esa etapa estaba a punto de terminar. Lamento no haberme convertido en lo que ustedes querían. Lamento no andar por Caracas, Miami y Panamá haciendo stand-up. Lamento no seguir compartiendo a Sonias en “pixinas”.

Los artistas evolucionamos. De hecho, si no evolucionáramos, si no innováramos, resultaría difícil crecer como tal. Lady Gaga empezó su carrera con Just Dance, más adelante hizo un boom con Poker Face. Sus seguidores fueron inicialmente atraídos por ese estilo dance/pop provocador y extravagante. Unos años después, Gaga cambió su esencia. Se atrevió a ser menos edgy, menos controversial. Reveló su lado íntimo y personal. Su lado maduro. Sus seguidores originales, naturalmente, se sintieron decepcionados. Esta no era la artista que yo seguía. Este no era el sonido que yo esperaba. ¿Qué pasó? Antes eras chévere.

El ser humano está “cableado” para rechazar el cambio. Nuestros cerebros se adaptan a ciertas normas y estilos. Cambiar requiere un nivel de pensamiento fuera de lo ordinario, un nivel de esfuerzo. Es como cuando vas a buscar la caja de cereal en la mañana y te molestas al darte cuenta que alguien te la cambió de lugar.

Ayer me dijeron por Twitter que mi timeline no es el mismo desde que empecé a escribir en inglés más seguido y a tocar temas de homosexualidad. Que no soy el mismo desde que empecé a hacer cortometrajes profundos sobre la soledad. Que no soy el mismo desde que me fui de Venezuela. Yo he cambiado, de eso no hay duda. Creo que lo triste sería si 7 años después del primer video siguiera siendo el mismo, pero más que haber cambiado, simplemente estoy siendo el verdadero yo. El yo que se la tira de activista LGBTI, el que quiere twittear en inglés para expandirse y atraer una audiencia internacional, el que habla sobre NYC en vez Maracaibo no por ser ridículo, sino porque es ahora de donde relata sus experiencias. El yo que está haciendo lo que siempre quiso hacer.

He observado (y me parece interesante) como la gente saca una excusa cuando hago cambios en mi vida. “Desde que tiene músculos ya no da risa”, “me caías mejor flaquito”. Cuando me fui a Planeta Urbe, muchos criticaban que “ya no era el mismo”, quizás porque fue una oportunidad para ganar dinero y eso les afectaba, o quizás porque simplemente estaba entrando en la etapa donde ya hacía todo solo porque la gente me lo pedía, disminuyendo la calidad de los guiones. Estoy consciente de ello. Yo llegué a un pico, y fue difícil mantenerlo porque ya mi corazón no estaba 100% en lo que hacía.

Inicialmente si le ponía todo a mis videos. Mi trabajo de comedia, a diferencia de la nueva ola de YouTubers, no era basado en la controversia, el chisme y el escándalo. Se basaba, en cambio, en el deseo de hacer reír al satirizar lo cotidiano, en crear contenido original -prestando atención a los detalles de producción- que te hacía ver esas cosas a las que nunca realmente le prestaste atención porque llegaron a estar intrínsecas en nuestras vidas.

Cuando salí del closet, vino la ola de comentarios: “desde que saliste del closet ya no das risa”, como si mi única función en la vida fuese hacer reír a todo el mundo. Es una reacción ligeramente homofóbica disfrazada de decepción. Una reacción de rechazo al cambio, un estado de negación donde te cuesta aceptar que al chamo con el que creciste le gustan los penes.

Confieso que desde el día que hice la revelación, toqué temas sobre homosexualidad muy seguido, pero quiero que entiendan que tenía muchas opiniones guardadas. Estaba emocionado de que por fin podía ser yo, de que podía despertarme un día y twittear que estaba decepcionado porque Tom Hardy no estaba en mi cama. Me sentía como esa chama que se opera y tiene la necesidad de subir 50 fototetas a Instagram porque, bueno, está emocionada y quiere compartirlo con el mundo.

Todavía me quedan muchas metas por alcanzar, aunque eso no ocurre de un día para otro, sobre todo si tratas de hacerlo en un país donde no naciste y en el que la competencia es abrumadora. Si quieren acompañarme en este viaje, sepan que puede haber desvíos en el camino. Si eso pasa, recuerden que los creativos nos reinventamos constantemente, y lo que alguna vez parecía perfecto para nosotros, con el tiempo descubrimos que era solo una etapa. Quién sabe, quizá en 5 años termine siendo stripper.

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