Hoy me ha estado llamando un número que no conozco, por lo tanto, no he contestado. Hasta ahora van 8 llamadas perdidas. He pensado que un día de estos voy a perder la oportunidad de mi vida sólo por no contestar una mardita marisca simple llamada. El teléfono sigue repicando y yo: “Vergación, si no te contesto, no puedes dejar un mensaje de voz? Un mensaje de texto diciendo quién eres? Para qué me llamas?”, no sólo me haría las cosas más fácil sino que ya estoy “preparado” para lo que viene. “Preparado?”, sí, suena extraño, son vergas mías. Hablar por teléfono me pone ansioso y punto. Entonces ese es mi método: que repique hasta morir hasta que se dignen a enviar un mensaje de texto o dejar un mensaje de voz con el propósito de su llamada. Esto aplica sólo a números desconocidos, por supuesto. Ahora, de dónde viene esta fobia a hablar por teléfono? Yo siempre he dicho que a mi se me desarrolló todo menos la voz. Ya tenía la barba como Wolverine, sin embargo, seguía con la misma voz. Hace años (cuando contestaba el teléfono de mi casa) llamaba una tía, por ejemplo, y siempre pensaba que era mi mamá la que estaba al teléfono, y yo “no, marparía, es ALEJANDRO”. Los años pasaban y llamaba para pedir un taxi: “Va para allá, señora”. Seguían pasando los años y llamaba para pedir una pizza: “De qué tamaño, señora?”. Eso fue suficiente como para no contestar el teléfono de mi casa más nunca. Lo más irónico es que en mi cuarto hay un teléfono, que la mayor parte del día se encuentra fuera de su base.

Entonces, todas estas situaciones hacen que le tenga fobia al telefonito, aunque sé que con el tiempo se me va a pasar. Quizá no entiendas, pero en realidad no me importa. Es esto un don? Quizá si no fuese por esta constante confusión de “señora”, no pudiese interpretar bien los papeles de vieja.

COMPARTE ESTE POST